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domingo, 26 de febrero de 2012

Un viaje en autobús

 

No tenía pensado publicar en el blog nada de lo “literario” que escribiera pero tenía ganas de compartir este pequeño texto que escribí para una de mis clases de cine. La premisa era observar a gente durante 15 minutos, imaginarnos sus historias y elegir uno de ellos para crear un personaje. ¡Espero que os guste!

Siempre creí que el autobús es el lugar donde puedes ver lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Todas las piezas están dispuestas ante ti en un reducido espacio donde las bases de la vida y la gente pueden ser observadas. Por ejemplo, no necesitas prestar mucha atención para darte cuenta que ese chico, el de la chaqueta elegante y la mirada descarada está girando la cabeza tan tozudamente hacía la derecha para evitar mirar al viejo con el bastón que se tambalea cada vez que el autobús se mueve. Probablemente el chico se sienta mal culpable acerca del viejo quedándose de pie pero no lo suficiente para cederle su sitio.

Ver a la estudiante de instituto tampoco es difícil. La cara contra la ventana, suspirando y con la mirada perdida, todo el mundo sabe lo que está pensando. Sin embargo, si miras un poco más y ves como mueve las manos nerviosa y como la mirada perdida ahora parece más una de culpabilidad, puedes darte cuenta de que ella está pensando sobre el novio de una amiga o tal vez, sólo tal vez, sobre la nueva chica con la sonrisa más brillante que ha visto nunca, aunque no pueda reconocer todavía que está pensando en ella.

A la mujer latina, no necesitas verla, puedes oírla desde cualquier lugar del autobús. Ella está hablando por teléfono, arreglando este mundo y el otro, ayudando, mandando, discutiendo, aconsejando a gente que está aquí y allá. Ella intenta no gritar mucho pero cuando habla con la gente del otro lado no puede evitar hablar un poquita más alto porque ese muro de metal parece separar vidas, corazones y sentimientos y ella no quiere que sus besos y abrazos se queden allí, retenidos en la frontera.

Normalmente es fácil ver su vida ir y venir. Son demasiado rápidos y lo suficientemente borrosos para no prestarle atención más que unos cuantos segundos. Por eso, cuando la vi subir al autobús por tercera vez este mes, en seguida llamó mi atención.

Ella llevaba el vestido de los domingos, ese que le hacía parecer una princesa y que despertaba las sonrisas de todos al verla pasar. El conductor alabó como siempre su belleza y dijo “Pareces escapada de una película de Disney” exactamente igual como decía cada fin de semana desde hacía un año. Ella le sonrío sin enseñar los dientes y fue rápidamente a sentarse al primer lugar libre que encontró. Puede que solo tuviera 8 años pero hasta ella sabía que las bromas, las ideas y las historias se volvían viejas y sin brillo si no dejabas de repetirlas.

Entre los gritos y peleas de sus dos hermanos intentó acercarse un poco más a la ventana para ver como el mundo continuaba allá fuera, igual de rápido y atemorizante que siempre pero un poco más gris y deslucido. Tal vez era efecto del cristal o tal vez era a lo que la gente se refería cuando hablaban de hacerse mayor.

El autobús arrancó y ella dejo caer su mentón en el borde de la ventana suspirando cansada. Le gustaban los domingos de enero en baja california porque aunque no hacía demasiado calor, el sol asomaba siempre perezoso y te invitaba a dejarte caer en la hierba y a dormir la siesta durante horas. Ella nunca lo había hecho, pero estaba bien tener la posibilidad no?

Dio un vistazo rápido a su vestido y lo alisó con sus pequeñas manos mientras su madre regañaba a sus hermanos por decimocuarta vez en el día. En realidad no era su culpa, los gemelos siempre se ponían muy nerviosos cada vez que iban al cementerio. Ella suponía que también se pondría nerviosa en un lugar como ese si no fuera porque cada vez que iba le parecía escuchar la risa de su padre entre los árboles.

En la visita de hoy, ella le habló a su padre de Europa, no es cómo si ella hubiera ido allí alguna vez, pero la señorita Daisy la había descrito con tantos detalles que parecía como si se hubiera materializado ante sus ojos. Al escuchar hablar de los romanos y los griegos, de los castillos, de los de verdad, no de los de minigolf, de las cruzadas y las guerras, las revoluciones y los héroes, pero también de las derrotas y los escombros, los villanos y los malos emperadores, las injusticias y las matanzas, supo en seguida que a su padre le habría gustado Europa. Porque en Europa hasta la más minúscula piedra tenía un pasado lleno de grandes victorias pero también de grandes vergüenzas. Porque en Europa la gente ha aprendido a vivir con su pasado sin olvidar el presente. Porque en Europa, ella no sería María Rodríguez Mendoza, la primera generación de Rodríguez Mendoza en suelo americano. Porque en Europa ella no sería María Rodríguez Mendoza, la hija del hombre que mataron por drogas en Cherry con la 7th. En Europa, ella solo sería María la chica que vino del otro lado del mundo.

Antes de llegar a la parada, María se levanta y comienza a prepararse para salir del autobús no sin antes darle una última mirada a su vestido y decide que no va a ponérselo más, al fin y cabo, no hay sitio para princesas en América. Las princesas, al igual que sus sueños están a kilómetros de distancia, al otro lado del océano, en lugares donde todavía hay reinas y príncipes, y grandes bosques y cuadros de hermosas mujeres, donde la gente habla cientos, ¡no!, miles de lenguas distintas y los países son tan pequeños que puedes meterlos en un bolsillo pero no te caben en el corazón, lugares donde han nacido los cuentos, las princesas y la esperanza.

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